Mi amigo vive en Londres, esa ciudad tan extraordinaria como gris. Es su primera vez en Miami. Hijo de una española y un austríaco, creció en un ambiente multicultural en un continente que de melting pot sabe mucho. Lo cierto es que mi amigo llega a esta ciudad con expectativas diversas. Su primera conclusión: en Miami no hay historias en blanco y negro. Todo tiene matices y nada es lo que parece ser. Son varios los «Miami» que conviven en su imaginario general. El del glamour, la belleza, la excentricidad y el lujo es su primera parada. El tercer Ferrari en los primeros cuatro minutos de calle confirma la veracidad de su estereotipada premonición. Claro, estamos en la primera escala de su imaginario: Miami Beach. Sus playas de coral triturado, su distrito art déco, y esos hoteles donde todo puede pasar, son un imán irresistible. Un lugar heterogéneo desde las raíces de sus habitantes, aunque homogéneo en su comportamiento. Habitado por ciudadanos de todo el planeta que aún no encontraron su lugar en el mundo y que se instalan allí dispuestos a reinventarse, a conquistar su propio espacio para el ejercicio de un hedonismo sin fisuras. Mi amigo dice que ese Miami es «monoproducto»: no vende propiedades ni autos ni joyas, ni nada. Sólo ofrece un estilo de vida. Un sentido de pertenencia. Mi amigo no logra identificar una identidad, un carácter. Sólo un estilo. Y no se equivoca. Este universo «SoBe», donde una librería es un establecimiento ciertamente exótico, o una incongruencia, está gobernado por las relaciones públicas, la moda, la fiesta, la música y todo al servicio de un exhibicionismo visceral, donde adaptarse a los cánones corporales es una obligación.
Ya en tierras continentales mi amigo escudriña una zona donde el arte es protagonista y toma conciencia de un Miami cultural que, con sinceridad absoluta, reconoce lejano y desdibujado en su imaginario original. Esta oferta de arte, teatro, música clásica y debates literarios que crece año a año despierta en mi amigo cierta curiosidad. Si bien él no siente este Miami cultural como un desierto artístico, percibe que tampoco escapa a la realidad global de la ciudad. Entonces señala que la fisonomía de ese espacio cultural es una metáfora: una creación humana, impulsada por una voraz industria inmobiliaria que se vale del arte casi como una palabra mágica. Y apelando a su conocimiento de periodista empieza a recordar nombres que le resultan familiares: banqueros que se hicieron ricos con dinero de procedencia dudosa, o magnates del desarrollo inmobiliario con impúdicas quiebras que sienten la necesidad de «reinvertir en la comunidad» para mejorar su imagen y elevar su perfil, financiando museos, ballets, conciertos sinfónicos o temporadas de ópera. Yo le digo que no todo puede ser perfecto, y que la ciudad crece y crece en propuestas culturales y ese contrapeso le da a Miami un carácter que no tenía hasta hace pocos años. Pero mi amigo parece escéptico, y sostiene que la superposición de culturas y la urgencia por enriquecerse hacen que esta ciudad y sus alrededores constituyan un escenario que no termina de definir una identidad.
Después de cenar me pregunta por el Miami político. Le digo que cuesta situarlo en un espacio de definición categórica. Un marco en constante movimiento, donde las denuncias por corrupción, abuso, favoritismo, dinastías familiares, creatividad contable y disuasión de votantes adversos hacen muy difícil separar la realidad de la ficción. Le digo que aquí, en Miami, no hablamos de política.
Ya casi es hora de llevarlo al aeropuerto. Pero él es insistente. Ya en camino a su avión, mientras yo bajo de la 836 atestada de tráfico y corto camino por barrios periféricos, mi amigo me consulta sobre el Miami pobre. Un capítulo por completo ausente en su Miami imaginario. Y no sólo me interroga sobre la pobreza económica. Sino desde lo más elemental: pobre en educación, en acceso a la salud, y en muchos casos pobre en derechos civiles. Mi amigo sostiene que de la pobreza económica es posible salir relativamente rápido. Pero asegura que la pobreza educacional perpetúa una grieta social insalvable e intuye que esa pobreza aquí parece llevar ya demasiado tiempo. Yo me quedo pensando. Mi amigo se baja para tomar su avión. Va para Centroamérica.
Va a extrañar Miami.
Alex Gasquet. ©2019