Primavera Arabe: e-Revolution

17 febrero, 2011

Mohamed Bouazizi aspiraba a ampliar su pequeño comercio. Él era, simplemente, un vendedor de fruta. Su vida, desde pequeño, estuvo marcada por la frustrante monotonía de comprar frutas y verduras y arrastrarlas en un carrito hasta la plaza principal de Sidi Bouzid, una ciudad perdida en el mapa de Túnez. A las 8:30 am del 17 de diciembre salió de su casa. La policía, repitiendo un gesto cotidiano, le pidió dinero para permitirle que continuara vendiendo, pero él se negó a dárselo. Una funcionaria municipal le dio una bofetada. Un hecho particularmente grave en las conservadoras sociedades árabes, donde ser humillado por una mujer supone una terrible ofensa para un hombre. Además de sufrir una golpiza de la policía, Mohamed perdió toda su mercancía. Ese día, el joven tunecino compró un bidón de gasolina de cinco litros y se quemó vivo delante de dos policías. Así empezó todo.

Túnez, Egipto, Argelia, Yemen, Jordania, Bahrein, Marruecos, Siria, Libia y más allá del mundo árabe, Irán y Pakistán, han exhibido en las últimas semanas —con distintas intensidades— masivas muestras de rechazo a sus clases gobernantes. Desde el Océano Atántico al Golfo Pérsico, la realidad nos muestra un escenario fragmentado, muy complejo y étnicamente plural. No obstante esto, es un universo que sorprende por la enorme cantidad de elementos de identidad común que presenta. Y no sólo aquellos relacionados con aspectos históricos anclados en cuestiones religiosas, culturales o lingüísticas, sino más bien fenómenos de actualidad absoluta.

Sus dictaduras han mostrado un fracaso rotundo en el intento por sacar a sus países de la letanía e integrarlos al fenómeno de la economía global. Impunidad, corrupción y violencia de Estado son sólo algunas de las características que exhiben sus gobiernos de facto. Otro factor frecuente de estos países es la existencia de una población mayoritariamente joven, casi adolescente en algunos casos. Recordemos que la media de edad en Egipto, por ejemplo, es de 22 años. Niños, adolescentes y jóvenes adultos constituyen la mitad o hasta las dos terceras partes de sus habitantes. Residen en centros urbanos, ya poseen algún tipo de educación y, fundamentalmente, están informados. La televisión y el acceso a internet les proveen una visión permanente de un mundo al que no pertenecen, y que funciona como un cruel elemento de contraste respecto de sus propias realidades. Cuatro de cada cinco jóvenes urbanos cuentan con un teléfono celular y el 67% dispone de acceso a una computadora con conexión a internet. El 73% está en contacto con amigos a través de la Red; el 67% de esos contactos es con extranjeros.

Es claro que cada una de las manifestaciones que se replican país tras país no desencadenarán en revoluciones con derrocamiento de sus gobiernos. Aunque algo está cambiando y será difícil que las dictaduras de esta región escapen al fenómeno de la expresión popular masiva y a su expandida difusión internacional. En definitiva, cada una de las plazas de las grandes ciudades de estos territorios se llena de miles de ciudadanos, que a la vez se transforman en miles de comunicadores de una realidad crudamente actual a través de sus dispositivos móviles.

Otro rasgo, tan relevante como peligroso, es la presencia de un movimiento impulsado por históricos sentimientos de frustración, con elevados niveles de idealismo, sin líderes aparentes, sin organizaciones secretas, sin ejércitos de apoyo, sólo unidos en pos de un objetivo: derrocar un régimen opresor, corrupto y muchas veces sanguinario. La organización de estos movimientos es horizontal, viral y rota constantemente el protagonismo de sus integrantes, lo que la transforma en un modelo muy difícil de detener o neutralizar.

Desde algún lugar luce romántica, renovadora y especial. No obstante, cabe reconocer el riesgo que conlleva la perpetuación de una protesta sin un horizonte claro: el movimiento callejero no posee dirección reconocida, ni programa, ni agenda, ni modelo de procesos para proponer una transición ordenada hacia una democracia participativa.

El presidente Barack Obama, en referencia a la demostración de valor y responsabilidad cívica del pueblo egipcio durante la revuelta, ha dicho: «En los últimos días, la pasión y la dignidad que han demostrado los ciudadanos de Egipto ha sido una inspiración para todos los pueblos del mundo, incluido el de Estados Unidos, y para todos los que creen que la libertad humana es inevitable». «Defendemos los valores universales, incluidos los derechos del pueblo egipcio a la libertad de reunión, la libertad de expresión y la libertad de acceso a la información.»

Donde Obama señaló «egipcio», el mundo escuchó «árabe». En Estados Unidos durante décadas se ha escuchado decir que la gran mayoría de los dictadores del mundo árabe son, a la vez, la solución y el problema. Los intereses geopolíticos de Occidente han llevado a brindar apoyo abierto e irrestricto a algunos de esos tiranos. Han preferido la opción del malo conocido y controlable, a la del malo desconocido y descontrolado.

El sueño de la democratización del mundo árabe es una idea inspiradora y valiente, pero avanza por un campo minado, plagado de incertidumbres fundamentalistas, ancestrales odios étnicos y la sombra de los más peligrosos grupos terroristas siempre al acecho.

Cuando Mohamed Bouazizi salió esa mañana, como todos los días, a vender su pequeño cargamento de fruta, dudo que presintiera su transformación en el símbolo que terminaría encarnando. El pronóstico es incierto. Pero como ocurre generalmente en procesos de cambios profundos, la situación ha de empeorar notablemente antes de ver una mejoría.

Una cosa es segura: La propagación de las convocatorias a las protestas a través de redes sociales llegaron para quedarse. Y prometen en convertirse en una herramienta cada vez mas usada frente a los dictadores de turno.

Alex Gasquet. ©2011.

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