Veteranos de Guerra: Honrar la Vida.

12 enero, 2014

El 11 de noviembre de cada año se conmemora en Estados Unidos el Día del Veterano. Curiosa definición para una mayoría que regresa de Irak o Afganistán con una vida despedazada apenas cumplidos los 20 años. Alguien dijo que la guerra es un acuerdo tácito entre viejos para matar a los jóvenes. La realidad de las guerras actuales parece darle la razón. El presidente Woodrow Wilson proclamó este día festivo en 1919, primer aniversario de la culminación de la Primera Guerra Mundial, con estas palabras: «Para nosotros en Estados Unidos, las reflexiones del Día del Armisticio (así se llamó originalmente) rebosarán de orgullo solemne en el heroísmo de aquellos que murieron sirviendo al país y agradecidos por la victoria, tanto por aquello que nos ha vuelto libres como por la oportunidad que le ha dado a Estados Unidos de demostrar su compasión con paz y justicia en los Consejos de las Naciones».

Las palabras de Wilson no hacen más que ratificar la sensación de que el trato que se le da a los muertos en combate es desproporcionadamente más decoroso que para aquellos que han logrado sobrevivir al infierno de la guerra.

Hace poco tiempo HBO estrenó una película titulada Taking Chance. Ha sido uno de esos filmes que pasan en silencio y que sin embargo están cargados de mensajes simbólicos que desentierran hechos no difundidos e invitan a la reflexión. Basada en una historia real, Kevin Bacon personifica al teniente coronel Michael Strobl quien se ofrece a escoltar el traslado del cuerpo de un soldado de apenas 19 años -llamado Chance Phelps y caído en Irak- hasta su ciudad natal donde será recibido por su familia y finalmente sepultado. La obra, con una sensibilidad incondicional y objetiva, narra única y detalladamente el trayecto de ese viaje y las reacciones que provoca en la sociedad norteamericana la presencia de una de las tantas bajas de una guerra incomprensible y lejana. La descripción metódica y detallada de una ceremonia de honor militar que dura varios días y se repite una y otra vez -en un marco de respeto y gratitud ejemplar-, muestra el tratamiento que las Fuerzas Armadas le dan a alguien que arriesgó y dio su vida por su país. La historia real que relata esta película adquiere una dimensión aún mayor cuando se sitúa en un país que prohibe a la prensa la difusión de información e imágenes de historias como ésta. Nos brinda la oportunidad de situarnos como testigos del doloroso proceso de la pérdida, pero también de la dignidad y el respeto. Esta exposición minuciosa del admirable y plausible protocolo que acompaña a los caídos en combate, contrasta brutalmente con la realidad de los que regresan vivos. Uno de cada cuatro homeless en Estados Unidos es veterano de guerra, según un informe que también asegura que los ex militares tienen muchas más probabilidades de caer en la indigencia que el resto de la población. El estudio revela que cada noche un promedio que supera los 200 mil veteranos de guerra duerme a la intemperie porque no posee un techo para dormir.

Informaciones no oficiales estiman que más de 20 mil soldados han desertado desde el comienzo de la guerra de Irak. El índice actual de suicidios tanto dentro de la milicia activa como en grupos de veteranos es el más alto de la historia. Las organizaciones de veteranos acusan a los hospitales psiquiátricos militares de tratar el estrés postraumático sólo con psicofármacos, dejando de lado la terapia de reinserción familiar y social que el trauma de los soldados requiere.

La forma de las guerras actuales ha cambiado. La sofisticación de la violencia y la preparación psicológica orientada a transformar a los soldados en máquinas de matar devuelve individuos a la sociedad que no están en condiciones de reinsertarse. Hace no mucho tiempo, diez soldados de infantería de una unidad del Ejército ubicada en Fort Carson, Colorado, fueron encarcelados por cargos de asesinato, intento de asesinato u homicidio culposo desde que regresaron de Irak. Esta unidad, la Cuarta Brigada de Combate de la Cuarta División de Infantería, luchó en algunos de los lugares más sangrientos de Irak. Desde que regresaron a Estados Unidos, los soldados de esta brigada han estado implicados en riñas, golpizas, violaciones, conducción en estado de ebriedad, tráfico de drogas, violencia doméstica, tiroteos, apuñalamientos, secuestros y suicidios. Uno de los soldados, Kenneth Eastridge, se encuentra cumpliendo una condena de diez años por cómplice de asesinato. Eastridge manifestó ante la prensa: «El Ejército lo hace retumbar en tu cabeza hasta convertirlo en un instinto: matar a todos, matar a todos. Y lo haces. Luego creen que simplemente puedes regresar a casa y parar. Cerca del final estábamos realmente desenfrenados, cansados y frustrados. Si alguien se acercaba demasiado, lo prendíamos fuego». Esta situación difícilmente pueda arreglarse con psicofármacos.

El presidente Barack Obama prometió a los 23 millones de veteranos de guerra que viven en el país que la nación no les dará la espalda: «Mi mensaje a todos los veteranos es que Estados Unidos no los abandonará». La realidad cruda es bien diferente: Las calles se ven pobladas con más veteranos de guerra que no tienen casa. Los centros de asistencia para indigentes ven colmadas sus capacidades para brindar alimento y refugio a una masa creciente de veteranos desahuciados. La solución de fondo no aparece y el problema crece a una velocidad alarmante. Algunos han perdido un brazo o una pierna. Pero la mayoría regresa del horror con una amputación del alma, del corazón y de la facultad de discernir el bien del mal. La responsabilidad moral de un Estado Nacional que los envía a una lucha ajena y de dudosa legalidad es recibirlos a su regreso con todas las herramientas necesarias para su tratamiento, garantizando su reinserción social y familiar. Su abandono es imperdonable. A diferencia de Chance Phelps, el único error de los veteranos fue no morir en el frente de batalla.

Alex Gasquet.©2014.

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